Hoy es domingo, un domingo como cualquiera otro. El sol está en su plena altitud y cada rayo de sol se filtra y baña cada poro de mi piel, tranquilizándolos y relajándolos. Oigo la brisa del mar y los dulces susurros de los pájaros. Enseguida ésta se desvanece y el tiempo se para, es hora de escuchar a mis sentimientos.
Ahora mismo se que el amor no es eterno, que no existe un para siempre. El amor dura lo que tiene que durar y depende de ti que ese momento sea inolvidable y mágico o monótono y triste. El amor es como el sol. Al principio el amor es sincero y firme. Magnificamos cada sentido, cada experiencia, cada sentimiento al igual que un amanecer hermoso y simple. El amor continúa y vivimos momentos bonitos e intensos cargados de recuerdos: los primeros besos, los primeros Te Quiero, los Te Amo y el lugar mágico a donde acudían para amarse y eran felices simplemente porque estaban juntos, solo ellos. El sol avanza brillante y cálido, pero lentamente pierde intensidad. Empiezan los engaños, las mentiras pero también las reconciliaciones y los perdones. Cada vez el sol va perdiendo su brillo y el cielo comienza a entristecerse. Ahora cuando los matices oscuros cobran fuerza. El amor empieza a caer en lo monótono y aburrido y ya no valen las excusas. Los dos se empiezan a dañar y sufren. El sol empieza a ponerse sin que nadie pueda retenerlo más, sencillamente porque así debe de ser y es en ese justo momento cuando ya no queda nada entre nosotros.
En ese momento podemos comportarnos de dos maneras: La primera es deprimirnos, nos vemos sin caminos a los que escapar solo estamos nosotros solos y no queremos saber nada de nadie, por lo que nadie nos entiende. O podemos optar por pensar que ese amor acabó por el bien de los dos, que pasó lo que tuvo que pasar y al igual que el sol, volverá y amanecerá con fuerza, con más brillo que antes y volveremos a estar felices. Y depende solo y exclusivamente de nosotros que ese sol se mantenga con firmeza, cálido y brillante o se hunda en la oscuridad de la noche.
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