Te miro, me miras, y recorremos
el infinito en un abrir y cerrar de ojos. Besos, quizás más de uno, y el
corazón se acelera hasta tal punto que nos quedamos sin aire. Caricias, esas en
las que sientes sus manos dibujarte el paraíso en la espalda. Tu cuello, el
punto débil que no entiende de hora ni lugar. Y así una larga lista de
comienzos, pero con el mismo final, suspiros de amor. Cada uno de ellos esconde
su propio significado: “No te has ido y ya te echo de menos”, “Eres increíble”,
“Gracias por hacerme feliz” En el instante en el que te separas de mí es cuando
las agujas del reloj empiezan a moverse, pero cada vez más lentas. Tanto tú
como yo lo único que queremos es que nuestros labios vuelvan a crear ese puzzle
perfecto, repetir una y otra vez aquello que jamás pasará de la misma manera. Existirán
miles de momentos así, aunque siempre quedará en la memoria la primera vez en
la que los sentimientos ganaron la partida a la razón. ¿Lo recuerdas? La palabra “nosotros” empezaba a
cobrar sentido. La felicidad hacía cada vez más grande la burbuja que habíamos
creado beso a beso. Aquel lugar lejos de
aquí, donde no existían los días iguales, y las únicas monedas eran las
sonrisas. Allí empezó todo rumbo a la eternidad.
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